sábado, 3 de febrero de 2024

12- Lustre y fulgor del coronamiento fallero

 

 


No podemos seguir avanzando en nuestra mirada del futuro sin detenernos en el caso de las Fallas de Valencia. Esta fiesta tan singular y única, que tiene su correspondencia alicantina en las Fogueres de Sant Joan, denostada unas veces por opinadores reacios a las tradiciones, pero que lucha con innovador arrojo para mantener alto el pabellón de su enorme creatividad, participará como no podía dejar de ocurrir, en el gran movimiento de exaltación neomonárquica nacido en la ciudad de Alcoi.

En efecto, tras el éxito de los primeros palos monárquicos surgidos en el País Valencià, los responsables falleros, que a mediados del siglo XXI vivirán un período de lánguida decadencia, hallarán por fin la catapulta que les permitirá situarse donde siempre han querido estar: en la cumbre festiva de la creatividad popular de los valencianos.

Tras no pocos congresos, conferencias, seminarios y otros foros de discusión entre los entendidos, los responsables municipales y los maestros falleros con sus talleres, decidirán dar ellos también el paso neomonárquico y elegirán, en un proceso insólito de eufórica unanimidad, a Enric Lloret, un joven maestro fallero de apenas veinte-y-cinco años como primer Rey de las Fallas para un período de cinco años prorrogables. Dotado de una imaginación sublime y una visión estratégica ilimitada del futuro, tanto en el concepto general de la fiesta, como en el diseño de los ninots o en las mismas ocurrencias de la construcción fallera, Enric I será pronto conocido con el nombre de Enric I Lo Ben Cremat. Serán de tal magnitud los logros de su reinado, que volverá a ser elegido cinco veces, de modo que su reinado alcanzará los 25 años de permanencia en el trono, algo poco visto en el polimonarquismo, solo superado por los Reyes de la Casa de Cataluña, cuyos arquitectos vivirán reinados vitalicios casi centenarios.

Según los estrictos protocolos de esta monarquía, cada cinco años será preciso quemar la figura en cartón piedra del monarca elegido en una falla descomunal situada en el mar, pensando en públicos masivos y, por descontado, internacionales, a través de transmisiones efectuadas desde decenas de drones girando a su alrededor como moscas fisgonas sin recato alguno. Esto obligará a Enric I Lo Ben Cremat a verse a sí mismo duplicado en falla y reducido a cenizas cinco veces, lo que explica el título que se le adjudicará.

Sus ocurrencias y decisiones más notorias tienen que ver con una transformación de la fiesta de las Fallas, que de pronto se alzará a cimas nunca hasta entonces alcanzadas.

De entrada, impondrá una radical renovación de los estilos: si hasta ahora era común ver un mismo estilo en los acabados figurativos, en una línea caricaturesca de tonos amables y apastelados, de pronto los diferentes equipos falleros tenderán a diferenciar radicalmente sus líneas de dibujo y modelaje, buscando formas más realistas unas, más abstractas otras, de un expresionismo feroz algunas. Las dedicadas al mundo infantil no tendrán reparos en acentuar sellos propios donde se primará la personalidad de los artistas, pasando de las habituales correcciones políticas al uso.

Pero donde habrá más novedades será en el formato general de presentación de las fallas, que incorporarán movimiento al acostumbrado hieratismo de antes: figuras que moverán cabezas y brazos, ojos y bocas, giros de grupos esculturales, deslizamientos de algunos muñecos, de modo que contemplarlas antes de ser quemadas comportará no solo un plus inédito de atracción, sino períodos mucho más largos de exhibición, situadas en lugares distintos y con capacidad de alejarse de la misma ciudad de Valencia.

Lo más interesante de su reinado es que Enric I Lo Ben Cremat establecerá relaciones con el linaje de la ópera de Vic y con el Palo Sacramental de los Autos de Alcalá de Henares, una vez se haya expandido el virus polimonárquico por toda la Península Ibérica. De estos enlaces surgirán proyectos de fallas convertidas en el cuerpo escenográfico de grandilocuentes Autos Sacramentales contemporáneos, en los que se substituirán los viejos guiones dramatúrgicos de la liturgia católica por dramas alegóricos de rabiosa actualidad, a cargo de los más atrevidos dramaturgos del momento. La peculiaridad de estas impresionantes representaciones teatrales es que estarán hechas para una única función, al acabar siempre con la quema de su impresionante falla escenográfica.

Serán representaciones de una fastuosidad jamás vista, superiores incluso a las de la Ópera de Vic —cuyo teatro será el más grande del mundo, como se ha dicho anteriormente—: el escenario será la ciudad entera de Valencia, con fragmentos de la representación distribuidos en distintos lugares, donde habrá siempre grandes pantallas en las que se podrá ver y seguir lo que estará ocurriendo en otros lugares, hasta alcanzar la apoteosis conclusiva del drama alegórico, con la quema del conjunto escenográfico-escultórico, y la traca final o Cremà que dará inicio a los otros fastos falleros que, con menos boato y extensión territorial, también ofrecerán representaciones en las plazas habituales mediante procesos escénico-escultórico-pirotécnicos de alto voltaje.

El Auto Sacramental Fallero recordará en cierto modo el boato de los autos palaciegos de Calderón de la Barca realizados para la Casa Real, donde se utilizaba el decorado urbano de la misma ciudad de Madrid, con profusión de carrozas que seguían itinerarios estudiados, y múltiples efectos visuales donde se combinaba la jardinería, la pirotecnia, batalles navales en estanques y en las que el mismo Rey actuaba en la obra.

Como es lógico, el esplendor de la fiesta fallera trascenderá la misma ciudad de Valencia para convertirse en un espectáculo internacional seguido por millones de espectadores, gracias a grandilocuentes retransmisiones en las que un verdadero ejército de drones armados de potentes cámaras captará las imágenes más impactantes de la simpar gala teatral-festiva.

La costumbre de combinar fiesta del fuego con teatro y ópera, llegará también a las Fogueres de Alicante, solo que aquí, para diferenciarse de las Fallas de Valencia, decidirán especializarse en representaciones más escuetas y simbólicas, acentuando el carácter de títere de las figuras casi todas dotadas de movimiento, y con actores y cantantes estáticos, que recitarán y cantarán desde sus atriles. Por descontado, tendrá mucha importancia la música, con partituras escritas exprofeso para las bandas participantes, que serán todas las del País Valenciano, ansiosas como estarán de participar en estas celebraciones de alto contenido artístico y siempre con estrenos. Habrá premios a la mejor representación y la Foguera ganadora, con su espectáculo, será indultada del fuego para poder así girar por toda la Comunidad Autónoma y más tarde por toda la FEAA. A la larga, a causa del éxito cosechado por estas representaciones tan singulares de gigantescos muñecos articulados, las Fogueres más sobresalientes serán invitadas a participar en los mejores festivales de teatro visual del mundo entero.

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