He dicho antes que quería ir al grano y veo, querido lector, que te he engañado, al dar vueltas en mi anterior carta sobre este concepto tan fugaz del Tiempo, que es tanto como decir que no hemos dicho nada.
Lo
propio sería centrarnos sin más demora en lo que será España en la década de
los años cincuenta de este siglo, saltándonos esos tediosos años de transición
necesarios para dar los pasos que deben conducirnos a la FEAA (la Federación
Española de Autonomías Autodeterminadas), tal como nuestra visión nos indica.
Pero
muy me temo que eso, hoy, es imposible. La razón es fácil de adivinar: la
pandemia del COVID-19 ha alterado todos los planes y los pasos previstos en
nuestras anteriores anticipaciones.
Es
admirable ver cómo la Historia funciona y, aún más, pescarla in fraganti
en uno de sus saltos mayúsculos, de esos que lo ponen todo patas arriba y te
obligan a repensar lo que creías inamovible.
Pues
lo que vemos a día de hoy desde nuestro periscopio de la playa, es cómo la
crisis pandémica del COVID-19 obligará a toda España a plantearse con nuevas perspectivas no solo el negocio
turístico por el que tanto ha apostado nuestro país, una industria rica en infraestructuras,
en experiencia y saber acumulados, sino también la producción industrial, el
comercio y la educación.
¿Qué
hacer para revitalizar un país que ha parado en seco durante cuatro meses
seguidos?
¿Cómo
conseguir que los posibles clientes de Europa, pero también de China, de la
India y de todos los rincones del mundo, sientan de nuevo deseos irrefrenables
de venir a visitarnos?
¿Sobre
qué hay que invertir los dineros de la reconstrucción?
¿Qué
hay que inventar para vencer las resistencias, los miedos al contagio, las
aprensiones impuestas por los sistemas sanitarios, el canguelo y la ojeriza a
lo nuevo y diferente que se ha impuesto en el mundo civilizado?
Tales
serán las preguntas que nuestros empresarios, técnicos y políticos más
avispados se harán o, más bien, se están o deberían estar haciéndose a día de hoy.
Y
es en este punto cuando de verdad empezaremos a ver los tremendos cambios que
en breve afectarán la composición y el paisaje de la Península Ibérica en su
totalidad.
Uno
diría que Cataluña, región puntera en industria y turismo, será la más espabilada
del país y que la inventiva catalana encontrará las primeras soluciones.
Lamento decir a mis compatriotas que ello no va a ser así. Lo será en un
futuro, pero no en este momento de arranque. La razón es clara: el Procés
impide que las energías y las miradas del capital creativo de nuestra región,
tan apreciadas e innovadoras en otras épocas, actúen como sería propio de
ellas.
Nuestra
óptica visionaria nos habla claramente de otras regiones como las encargadas de
tirar del carro de la inventiva y de las nuevas soluciones: lo será toda la
zona levantina de Tarragona para abajo, las provincias periféricas de
Andalucía, Galicia más Asturias y Cantabria.
Que
Valencia, Murcia y las provincias de Málaga y Almería están destinadas a
tomar el relevo de Barcelona y de Cataluña es algo que vamos diciendo desde
hace tiempo. No solo nosotros, la realidad y los periódicos han insistido en lo
mismo, incluso antes de que la pandemia entrara por la puerta de atrás.
También
parece obvio que Madrid, atrapada en sus tremendistas luchas por el poder, con
una polarización política de armas tomar, no es en estos momentos el lugar más
idóneo para innovaciones de ningún tipo. Su obstinada apuesta por el ladrillo y el puro negocio financiero
indica a las claras la cerrazón de sus posibilidades a día de hoy.
En
cuanto al País Vasco, por muy bien financiados y organizados que estén, tampoco
parece un lugar adecuado a la creatividad futurista del desarrollo turístico. El
ensimismamiento nacionalista y las divisiones interiores que produce, aunque
sean de menor intensidad hoy que en Cataluña, impiden el despliegue de una
creatividad abierta y desacomplejada.
A
nuestro parecer, Valencia y Murcia serán las vanguardias del asunto, con
decisiones de calado que no se tardarán en producir.
Se
trata de un movimiento largamente esperado por los que se olían este desenlace,
en especial después del desastre de la pulsión independentista que ha partido
por la mitad el nervio catalán.
La
crisis del COVID-19 ha acelerado este proceso, lo ha puesto de un modo evidente
y descarnado sobre la mesa de disección de los que analizamos las cosas del
futuro.
¿Cuánto
se tardará en hallar las primeras respuestas?
No
vamos a responder a esta pregunta. Nuestra futurología es de largo alcance y el
corto plazo escapa a nuestras posibilidades. Pero sí podemos aventurar algunas
de las innovaciones o, al menos, por donde irán los tiros que levantarán las
liebres del futuro.
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