Sobre el autor

Romà Bastides


Es difícil hablar de Romà Bastides, no sólo por ser alguien poco amigo de la publicidad, sino porque siempre ha querido comunicarse a través de terceros. Argumenta que bastante trabajo es dedicarse a la futurología y que el esfuerzo de escribir estas cartas a sus conciudadanos es más que suficiente para alguien tan poco acostumbrado a la vida social como es el caso. Los amigos de la Colla de la Playa creemos que tiene toda la razón del mundo y es por eso que solemos dar la cara por él.
          Pero para aquellos que no lo conocen, tal vez valga la pena acudir a las palabras con las que me contó, un día lejano del año 2003, cómo se inició en eso de ver el futuro.

La playa de Barcelona con el Hotel Vela al fondo.

Fue durante una conversación en la que por primera vez nos encontramos los dos solos, paseando por delante del Club Natación Barcelona, ​​del que soy socio, mientras seguíamos la línea del mar: 
          —Tienes que saber, Rumbau en aquel grupo nos tuteábamos todos, que yo siempre me he interesado por la historia. Por razones familiares, no pude estudiar como la mayoría de las personas cuando tenía la edad de hacerlo, pero una vez regresé a Barcelona después de unos años de hacer el ganso y de girar por el mundo, me concentré en los estudios de historia que me ocupaban las horas libres de trabajo, mientras visitaba las bibliotecas de la ciudad y me tragaba todas las revistas y libros sobre historia Universal. Más tarde me instalé en la Barceloneta, hará de esto unos veinte años, e inicié esta costumbre de pasear cada día por la arena mojada de la playa.
          Se detuvo un momento y miró hacia el mar, como buscando una inspiración que le venía del horizonte, con un sol despampanante que empezaba ya ponerse sobre la ciudad. Continuó hablando Bastides:
          —Un día que el cielo estaba negro como nunca lo he visto de oscuro y hacía un frío que pelaba, salí igualmente a pasear, empujado por esta manía a la regularidad que sufrimos las personas que somos de costumbres fijas. La playa estaba desierta y me encontraba bastante alejado, tocando ya el rompeolas, justo delante de tu Club. Entonces todavía no habían comenzado las obras del hotel de la vela. De repente, se puso a llover a cántaros. Era absurdo e inútil correr y ponerse a resguardo: en dos segundos estaba calado hasta los huesos. Me quedé allí plantado, admirando aquella descarga de la naturaleza que hacía casi indistinguible el cielo del mar. ¡De repente, cayó un rayo justo a dos metros de donde me encontraba! Un estallido terrible me echó a tierra, sobre la arena. Por fortuna no caí en el agua, pues hubiera perecido al acto viendo como veía las chispas de la corriente eléctrica saltar y bailar encima de las olas. Pero cuando apenas me estaba levantando, ¡cayó un segundo rayo, justo a mi lado, con una furia y un ruido que durante unos minutos me quedé totalmente aturdido!
          Nos encontrábamos frente al Club, más o menos donde debería estar el día en que le cayeron los rayos, y me señalaba con el dedo el lugar exacto.
          —El diluvio continuó durante horas, no tengo ni idea, y yo permanecí allí donde había caído, empapado pero extrañamente sereno, contemplando aquel espectáculo consciente de haber nacido por segunda vez, salvado no sé si por azar o por la mala puntería de aquellos dos rayos que sin duda venían a por mí, con ánimo de dejarme frito. Y durante esa hora de yacer bajo la lluvia, sentí que toda la historia que había aprendido en los últimos años se giraba del revés, y que ante mí se abría la historia del futuro de la misma manera que hasta entonces había visto la del pasado. Maravillado por aquella clarividencia, desfilaron por mi imaginación muchos de los acontecimientos más importantes de los próximos años y siglos, y comprendí que en ese momento se iniciaba una nueva etapa de mi vida, marcada por la necesidad y casi diría por la obligación de averiguar y conocer el devenir del mundo, de los países y de las sociedades, cosa que hago todas las tardes en compañía de mis amigos y por las noches solo, estudiando y escribiendo en casa.
          Impresionado por sus palabras, le pregunté a qué se dedicaba para ganarse la vida.
           —Soy zapatero. Tengo un pequeño negocio de Rápido aquí en la Barceloneta, donde además de reparar y coser zapatos, hago copias de llaves. Lo abro sólo las mañanas y con eso me basta para ir tirando.
          ¡Zapatero!, pensé cada vez más admirado. Un adivino zapatero iluminado por los rayos, como manda la tradición. Mientras por la mañana hace copias de llaves para los vecinos, por la tarde hace las que le abren las puertas y las ventanas del devenir.
         Desde aquel día que intento no faltar a la cita de la playa. Según qué temporadas, voy muy a menudo. Otras, me olvido, abstraído por el trabajo y por mis viajes sobre el asunto de los títeres. Pero aunque no vaya, es un consuelo para mi saber que día tras día, los amigos de la Colla se reúnen con Bastides y Mercadal para seguir escuchando sus relatos de futuro.

Vista desde satélite del extremo de la playa de Barcelona. Google Maps.

          Los últimos tiempos, conmovido por los acontecimientos dramáticos y llenos de tensión del Procés catalán, unos hechos que nos han tenido a todos con el alma en vilo, ha sido una verdadera suerte contar con la amistad de los futurólogos y poder recurrir a sus paseos por la playa. Sus opiniones me han ayudado muy a menudo a ver las cosas más claras, y comprendo que la razón es la distancia y la perspectiva con las que se miran los hechos del día a día: desde la óptica que ellos llaman 'la atalaya del futuro '.
          Espero que los posibles lectores de esta recopilación de cartas de Romà Bastides las disfruten como lo hemos hecho nosotros: con la mente abierta, la curiosidad despierta y la mirada de quien quiere ver más allá de lo obvio del día a día.
          ¡Buena lectura!


Toni Rumbau



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