lunes, 5 de agosto de 2019

1- El Tiempo



Estimados conciudadanos, mis amigos de la playa, con los que día sí y día también, nos entretenemos en escrutar el devenir, me han recomendado que vaya al grano y que me olvide de justificar o corregir las predicciones expuestas en mi primera recopilación de cartas del año 2005.
He decidido hacerles caso. Creo que ya todo el mundo ha comprendido que es imposible acertar en todo, y que las novedades históricas que no nos esperamos son la sal de la vida. Y muy en especial en el siglo que comenzamos hace unos veinte años, un siglo que parece tener una prisa de mil demonios para dejarnos a todos los que nos dedicamos al trabajo de adivinar el futuro, con un palmo de narices.
Lo hemos dicho miles de veces con Mercadal: el tiempo ha aumentado las revoluciones de su marcha a unos niveles nunca vistos hasta ahora. Lo que antes necesitaba siglos y milenios de cocción, ahora se da de un día para el otro, en menos de que canta un gallo.
Mi visión de las cosas, que es de las que tocan de pies a tierra, dice que lo que nos permite ver el futuro es precisamente esta avalancha de cambios y de eventos inesperados y sorprendentes que se vive en la actualidad. Lógico, si tenemos en cuenta que todo lo que se nos echa encima no es otra cosa que el mismo futuro. En su prisa por manifestarse, se echa al presente del día a día, con gran susto para todos. Por eso siempre he considerado que ser futurólogo hoy es la cosa más fácil y normal del mundo: sólo hay que mirar adelante sin legañas ni prejuicios en los ojos. También es importante desprenderse del peso del pasado, que nos obliga a mirar atrás, lo que no ayuda a ver el futuro.
Ahora bien, ¿es el tiempo que va deprisa o somos nosotros los que lo hacemos correr? Absurda pregunta, pues bien sabido es que todo esto del tiempo es siempre relativo a quien lo piensa, lo vive o lo empuja, suponiendo que esto sea posible. Por lo tanto, si hoy se dice que el tiempo vuela, es porque estamos en un mundo que en efecto tiene ganas de correr y de volar, algo del todo evidente, si tenemos en cuenta que los humanos vivimos todo el día como quien dice subidos en algún tipo de aparato que no para de moverse, sea sobre cuatro ruedas por las carreteras del mundo, sea con las alas de los aviones y empujados por los motores a reacción, o sea a pie o en tranvía yendo de un lado para otro, siempre con miedo de llegar tarde. Quizá por eso nosotros hemos decidido pasear por la playa, un lugar que no invita mucho a correr y que es ideal para ver cómo los demás se apuran en sus premuras. Y lo que se ve desde esta barandilla simbólica donde rompen las olas del mar, es que realmente el mundo hoy no para de moverse, un motivo de asombro y de admiración para los que nos entretenemos en contemplarlo.
Por otra parte, y volviendo al tema de la visión, pienso que vivimos en una época muy singular y especialmente gozosa de la Historia, al ser la única, creo yo, en la que es posible mirar cara a cara al Tiempo y ver cómo los cambios ocurren a un ritmo mil veces superior al propio de los días y de los relojes. Ello explica por cierto esta adoración que hoy existe por los relojes, que salen en todas las publicidades de periódicos, revistas y televisiones, con la inocente pretensión de que, midiéndolo hasta la extenuación, lo podremos controlar. Inútil ilusión, como es fácil suponer, ya que el tiempo de los relojes no tiene nada que ver con el tiempo de verdad, que no es único ni se deja atrapar, como los físicos nos demuestran cada día.
Hoy el tiempo, que es como decir la vida en su sentido más amplio, se nos presenta como si galopara desbocado, poniéndolo muy difícil a quien lo quiera cabalgar. La razón es simple: el tiempo se ha multiplicado por mil y por millones: tantos tiempos como personas hay en el mundo. Esto ya nos lo dijo hace un siglo Einstein y su teoría de la relatividad, pero parece que nadie le hace caso.
Parece claro que quienes buscan domesticarnos, pretenden hacernos creer que el tiempo de verdad es el de los relojes, hoy sincronizado a nivel planetario, de manera que sea muy fácil controlarlo. Eso hacen los negocios financieros, el mundo de los ordenadores, las llamadas redes sociales y las compañías aéreas, pues si queremos coger un avión, no tenemos más remedio que llegar a la hora para no perderlo.
Pero el tiempo que nos interesa a nosotros como futurólogos es el de Einstein, es decir, aquel que vemos con nuestros propios ojos, diferente por tanto al del vecino, y por ello mucho más creíble. Y así, mientras la prospección matemática busca la media, que es como ver el futuro partido por la mitad, nosotros lo vemos entero y de cerca, desde una mirada personal, directa y enfocada.
Reflexiones que creo pueden servir para encabezar esta nueva recopilación de cartas.

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