Estimados
conciudadanos, mis amigos de la playa, con los que día sí y día también, nos
entretenemos en escrutar el devenir, me han recomendado que vaya al grano y que
me olvide de justificar o corregir las predicciones expuestas en mi primera
recopilación de cartas del año 2005.
He
decidido hacerles caso. Creo que ya todo el mundo ha comprendido que es
imposible acertar en todo, y que las novedades históricas que no nos esperamos
son la sal de la vida. Y muy en especial en el siglo que comenzamos hace unos
veinte años, un siglo que parece tener una prisa de mil demonios para dejarnos
a todos los que nos dedicamos al trabajo de adivinar el futuro, con un palmo de
narices.
Lo
hemos dicho miles de veces con Mercadal: el tiempo ha aumentado las
revoluciones de su marcha a unos niveles nunca vistos hasta ahora. Lo que antes
necesitaba siglos y milenios de cocción, ahora se da de un día para el otro, en
menos de que canta un gallo.
Mi
visión de las cosas, que es de las que tocan de pies a tierra, dice que lo que
nos permite ver el futuro es precisamente esta avalancha de cambios y de
eventos inesperados y sorprendentes que se vive en la actualidad. Lógico, si
tenemos en cuenta que todo lo que se nos echa encima no es otra cosa que el
mismo futuro. En su prisa por manifestarse, se echa al presente del día a día,
con gran susto para todos. Por eso siempre he considerado que ser futurólogo
hoy es la cosa más fácil y normal del mundo: sólo hay que mirar adelante sin
legañas ni prejuicios en los ojos. También es importante desprenderse del peso
del pasado, que nos obliga a mirar atrás, lo que no ayuda a ver el futuro.
Ahora
bien, ¿es el tiempo que va deprisa o somos nosotros los que lo hacemos correr?
Absurda pregunta, pues bien sabido es que todo esto del tiempo es siempre
relativo a quien lo piensa, lo vive o lo empuja, suponiendo que esto sea
posible. Por lo tanto, si hoy se dice que el tiempo vuela, es porque estamos en
un mundo que en efecto tiene ganas de correr y de volar, algo del todo
evidente, si tenemos en cuenta que los humanos vivimos todo el día como quien
dice subidos en algún tipo de aparato que no para de moverse, sea sobre cuatro
ruedas por las carreteras del mundo, sea con las alas de los aviones y
empujados por los motores a reacción, o sea a pie o en tranvía yendo de un lado
para otro, siempre con miedo de llegar tarde. Quizá por eso nosotros hemos
decidido pasear por la playa, un lugar que no invita mucho a correr y que es
ideal para ver cómo los demás se apuran en sus premuras. Y lo que se ve desde esta
barandilla simbólica donde rompen las olas del mar, es que realmente el mundo
hoy no para de moverse, un motivo de asombro y de admiración para los que nos
entretenemos en contemplarlo.
Por
otra parte, y volviendo al tema de la visión, pienso que vivimos en una época
muy singular y especialmente gozosa de la Historia, al ser la única, creo yo,
en la que es posible mirar cara a cara al Tiempo y ver cómo los cambios ocurren
a un ritmo mil veces superior al propio de los días y de los relojes. Ello
explica por cierto esta adoración que hoy existe por los relojes, que salen en
todas las publicidades de periódicos, revistas y televisiones, con la inocente
pretensión de que, midiéndolo hasta la extenuación, lo podremos controlar.
Inútil ilusión, como es fácil suponer, ya que el tiempo de los relojes no tiene
nada que ver con el tiempo de verdad, que no es único ni se deja atrapar, como
los físicos nos demuestran cada día.
Hoy
el tiempo, que es como decir la vida en su sentido más amplio, se nos presenta
como si galopara desbocado, poniéndolo muy difícil a quien lo quiera cabalgar.
La razón es simple: el tiempo se ha multiplicado por mil y por millones: tantos
tiempos como personas hay en el mundo. Esto ya nos lo dijo hace un siglo
Einstein y su teoría de la relatividad, pero parece que nadie le hace caso.
Parece
claro que quienes buscan domesticarnos, pretenden hacernos creer que el tiempo
de verdad es el de los relojes, hoy sincronizado a nivel planetario, de manera
que sea muy fácil controlarlo. Eso hacen los negocios financieros, el mundo de
los ordenadores, las llamadas redes sociales y las compañías aéreas, pues si
queremos coger un avión, no tenemos más remedio que llegar a la hora para no
perderlo.
Pero
el tiempo que nos interesa a nosotros como futurólogos es el de Einstein, es
decir, aquel que vemos con nuestros propios ojos, diferente por tanto al del
vecino, y por ello mucho más creíble. Y así, mientras la prospección matemática
busca la media, que es como ver el futuro partido por la mitad, nosotros lo
vemos entero y de cerca, desde una mirada personal, directa y enfocada.
Reflexiones
que creo pueden servir para encabezar esta nueva recopilación de cartas.
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