domingo, 16 de mayo de 2021

10- LA MATRIZ EUROPEA DEL MOSAICO IBÉRICO

Como se puede ver, estimado conciudadano, las revoluciones que el futuro nos tiene reservadas son de una magnitud francamente insólita, lo que no hace más que satisfacer las expectativas que nos hemos hecho al respecto. Ya nos lo decía Malo Pampipa durante su estancia en Barcelona en julio de 2003: el futuro es una caja de sorpresas explosiva. Quizás esto explique también que sea hoy más fácil de verlo, por el griterío y los ruidos de todo tipo que nos llegan cuando abrimos al futuro una puerta o una ventana.
     También es verdad que constituye a todas luces una suerte vivir en una región como la Península Ibérica que, a su vez, forma parte de Europa. Una suerte para los futurólogos como nosotros, ya que tanto un lugar como el otro son verdaderos laboratorios en los que el tiempo pone a prueba las recetas más interesantes del devenir de las que hoy se cocinan. Un laboratorio especialmente indicado para las situaciones de multiplicidad contradictoria, ya que no otra cosa es Europa, un espacio repleto de unidades generalmente opuestas que van a por todas y que compiten entre sí. Y la novedad de los últimos setenta años es esta: lo que antes se resolvía a bastonazos, ahora debe resolverse por la vía del entendimiento, de la superposición o del no consenso consensuado.
     La misma regla de tres podríamos aplicar a la Península Ibérica, salvo que aquí la geografía hace aún más explícito este carácter de laboratorio o banco de pruebas de las diferencias múltiples, debido a las dimensiones pequeñas de las unidades en disputa, que conocemos con el nombre de Comunidades Autónomas. Nos ayuda la genética cultural de sus pueblos, llamados ibéricos, históricamente inclinados a la juerga emocional y al patriotismo de campanario. Es gracias a estos atributos de la historia que hoy podemos hablar del Mosaico Ibérico, fuente de tantas maravillas futuras, las que aparecen discretamente dibujadas en los pliegues apenas esbozados de sus sociedades actuales.
     Si lo comparamos con un gallinero, veremos que hay un gallo que manda desde hace siglos y al que le gusta imponer su ley. Este gallo, que se viste con la bandera española y vive instalado en Madrid, la capital del reino, cada día que pasa está más contestado por una multitud de gallos, más pequeños y más chillones, que le disputan el terreno. Ya puede imaginar el lector a lo que me refiero cuando hablo de gallos, gallinas y gallineros, siendo hoy el gallo catalán el que más sobresale, aunque el vasco, armado con unos espolones muy afilados y puntiagudos, es de los que más se inclina a ganar la batalla, mientras que el catalán prefiere recurrir a la estética del quiquiriquíquí que a la consecución de sus objetivos. Los demás hacen ver que viven sometidos al gallo madrileño, mientras por lo bajo van afilando sus espolones esperando el momento de levantar ellos también la pata y participar en la pelea.
     Esto de los gallos y de las gallinas puede parecer a algún lector una ocurrencia simplista e incluso grosera, pero yo les invitaría a ver las cosas con más profundidad para constatar hasta qué punto las sociedades amamos los gallos, cuando estos son hermosos y cantan bien. Y es esta constatación la que nos puede ayudar a entender el éxito que tendrá el Polimonarquismo, que no deja de ser la propuesta de un gran gallinero con miles de gallos de todos los tamaños y colores, así como la misma monarquía de los Borbones, en cuanto gallo mayor. Lo importante de esta nueva generación de gallos monárquicos será no su poder real de mandar, sino la vistosidad y la singularidad de su bombo y colorido. Claro que todos querrán mandar, eso es evidente, pero cuando hay tantos que levantan la cabeza, es lógico que se imponga una media y se relativicen las pretensiones, para acabar siendo al final simples coronas de la multiplicidad. Y eso es lo que será el Polimonarquismo del Mosaico Ibérico, un campo de coronas de esas que hacen tanto gozo, aceptando que haya uno que los represente a todos, siempre y cuando les deje hacer lo que quieren cada uno en su gallinero.
     Comprenderá el lector avezado que este aumento descomunal de la civilización humana que representa el Mosaico Ibérico con su campo de miles de tronos y cabezas coronadas, no será una conquista fácil ni de un día para otro. Lo que vemos en nuestra visión del futuro es que los inquilinos ibéricos tendremos que esperar a que las avanzadas ideas de origen valenciano, murciano, catalán y aragonés se esparzan antes por la matriz europea, hasta ser finalmente aceptadas por los pueblos del norte que siempre hemos considerado superiores. Pero lo que disparará su definitivo asentamiento será la pulsión que sentirán los ciudadanos europeos al conocer de primera mano las ocurrencias y los inventos de las principales casas reales de Valencia, Cataluña, Aragón y del resto de las regiones ibéricas, ya plenamente autodeterminadas todas y bien coordinadas en el Mosaico Ibérico, lo que disparará aún más el turismo.
     Debido al efecto espejo, comprenderán los europeos, al ver esta explosión de la diversidad ibérica, su propia y rica pluralidad, que no tiene nada que envidiar a la nuestra, por lo que, al regresar de sus vacaciones, se lanzarán todos a explorar las nuevas fórmulas de excitación de la particularidad, despertando una inventiva que muchos creían muerta y enterrada. Se activará de este modo la profunda matriz europea que durante siglos ha hecho de este trocito del continente euroasiático uno de los rincones del mundo más innovadores y atrevidos en sus propuestas de cambio y renovación. La matriz europea se reflejará así en la ibérica y, al revés, la ibérica en la europea, despertando los chorros creativos que las guerras del siglo XX y las crisis sucesivas de principios del siglo XXI habían adormecido.
     Lo hemos hablado miles de veces entre los amigos de la Colla, y la verdad es que, salvo las dudas expresadas por Corominas, todos hemos coincidido en ver esta emergencia del sarampión polimonárquico como un paso adelante en la consecución de sociedades más libres, variadas e imaginativas, en las que la creatividad se imponga como una de las pulsiones más importantes por no decir la principal.
     Corominas dice que somos muy optimistas y que las inercias acomodaticias de las poblaciones europeas se inclinan más por el ir haciendo y el ir obedeciendo del rebaño, bien conducidos por las marcas y los grandes poderes transnacionales, que controlan el sistema. ¿Quién le negará que tiene toda la razón del mundo? Pero mientras Corominas se encara al futuro mirando el pasado, nosotros lo hacemos al revés, y por eso vemos lo que procederá por la propia lógica del tiempo, que no pide permiso a nadie, sino que va a la suya, con una fuerza de mil diablos. Y las visiones que nos indica este tiempo, cuando lo miramos de cara o, mejor dicho, de espaldas, ya que siempre se adelanta a cualquier previsión y nos obliga a ir detrás de él, es que los cambios hacia la explosión de la multiplicidad no hay quien los pare.
     Eso es lo que explica que Europa, entusiasmada por el fermento fragmentador incipiente del Mosaico Ibérico, acabe siendo el espejo en el que españoles y portugueses se vean reflejados, lo que les dará el empuje necesario para salir de la timidez emprendedora y avanzar con decisión y buena letra hacia la proliferación polimonárquica y su consolidación.


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